Te vas y me aparecen Cospedales.
En serio.
Miles de ellas esparcidas por toda la ciudad,
bien repeinaditas, con falda por la rodilla
y pendientes de perla.
Y me tiro cosa de un mes
escribiendo mierda insustancial en diferido,
en forma, efectivamente de simulación
o de lo que hubiera sido en diferido,
en forma, de noticia pasajera,
de anécdota, de suceso,
de lista de la compra
y de prospecto.
En serio.
Te vas y me aparecen Gallardones
con la mueca inquisidora
y el discurso de mi abuela,
persiguiéndome los gestos,
los derechos y las metas,
señalando con el dedo
y escupiéndome por puta.
Y mientras todo esto pasa, mi amor..
mientras todo esto pasa
Rouco Varela se frota las manos.
Se frota las manos y otra cosa.
Gallardones y Roucos Varelas
se me aparecen, ¿Te lo puedes creer?
En serio, desde el púlpito,
con oscuras sotanas y cuernos y rabos,
frotándose las manos y ya sabes...
Mirándome como si fuera la eva
más impura por los siglos
de los siglos,
la Magdalena no arrepentida,
la Hipatia de Alejandría,
la Juana de Arco o la Mónica Lewinsky.
Y me parece que por todas ellas
me condenan y me parece que es justo.
Y voy a la hoguera con pasito pequeño.
Así todas las noches.
Te vas y me aparecen Montoros
y otros tipos de torturas,
y reformas laborales
y nuevas esclavitudes
y medidas necesarias
para los tiempos futuros,
que se auguran, como poco,
peores, mi amor, peores.
Te vas y toque de queda,
y ley mordaza, y nueva censura,
y me preocupa.
Me preocupa que cuando vuelvas
ya esté prohibido ser yo
y no quede ni la mitad de lo que fuera,
cuando tú estabas.
Me preocupa
que ocupen la ciudad las tropas
de Cifuentes,
y de Cospedales,
todas bien repeinaditas
con falda por la rodilla
y sus pendientes de perla.
En serio.
Y esto es lo que pasa siempre,
absolutamente todas
y cada una
de las veces
que te vas.
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