martes, 26 de agosto de 2014

Déjà vu

No sé en qué momento.
No sé en qué maldito momento, rectifico.

No sé en qué eje ni en qué
coordenada exacta,
ni el minuto preciso en que
el azul celeste se volvió violeta,
y compadecí a Ramsés,
y compadecí a Caín
y la justicia divina
se convirtió
en yugo.

Y ya nunca más
nuevos testamentos ni oraciones,
ni palomas de la paz
ni San Pancracios
ni siquiera Vargas Llosa.

Se desploman los mástiles
de no abanderar* se
desploman los mástiles
de no
abanderar.
Se retuerce la historia.

Y yo me sé todas las fechas,
todos los augurios de otros genios
son el mismo:

A la tercera del gallo.
A la tercera vez que cante el gallo,
me negarás, me traicionarás.

Y así los nóbeles y los ilustres
secundaron la matanza
por treinta monedas judías.

Desde la primera rueda
hasta el dron autotripulado,
los viejos sacerdotes, los mesías,
el marketing político,
y yo aquí,
entre todas las fechas,
entre todas las cifras
con nombres y apellidos
de viejos
que murmuran
sus historias
todavía con miedo.

No sé cuándo, sin embargo,
empecé a desconfiar
de los buenos buenísimos
mientras los malos malíísimos
me parecían cada vez más víctimas.
Pobre Caín y pobre Eva,
¿Dónde vas así, por muy DIOS, por la vida?

¡Ana, te va a castigar el señor!

o no se qué del Karma
o de la evolución moral
y la supremacía ética
del pacifismo y el diálogo
televisivo.


Las profecías.

Desde Casandra a Laoconte.

A la tercera del gallo.

A la tercera vez que cante el gallo:

Caballo de Troya.




* Verso de Vicente Molina Foix en "Canción de Otoño, 1975"